El sesgo sistémico de las encuestas electorales en Estados Unidos

Erick Lobo
6 min readSep 25, 2024

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Cada ciclo electoral presidencial en Estados Unidos genera una gran expectativa dentro y fuera de sus fronteras. Las encuestadoras, conscientes de la demanda de datos por parte del público y los medios de comunicación, lanzan innumerables sondeos para medir la carrera política en el país más influyente políticamente del planeta. Estas encuestas preelectorales se vuelven un referente central en el debate público y en la definición de las estrategias de campaña de los candidatos. No obstante, en los últimos años ha surgido una inquietante tendencia: un sesgo sistemático en las encuestas que consistentemente subestima el respaldo hacia los candidatos republicanos.

Desde 2016, las encuestas preelectorales han sido objeto de escrutinio por sus fallas en predecir con precisión los resultados, especialmente en los estados clave. Aunque las encuestas nacionales predijeron correctamente que Hillary Clinton obtendría más votos populares, subestimaron, por ejemplo, el apoyo a Donald Trump en los estados del llamado Rust Belt (Cinturón del Óxido), que terminaron decidiendo la elección. Esta desconexión llevó a muchos encuestadores a revisar sus metodologías para el 2020, al ajustar la ponderación de datos, representando mejor a los votantes sin títulos universitarios, y tratando de captar a los llamados shy voters (aquellos electores que no revelan sus verdaderas intenciones de voto en encuestas debido a la presión social) de Donald Trump. Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos, las encuestas de 2020 mostraron que el problema no solo persistía, sino que en algunos casos se intensificaba.

Las elecciones presidenciales de 2020 marcaron uno de los ciclos más inexactos para las encuestadoras en las últimas décadas, comparable con el error histórico de 1980, cuando las encuestas subestimaron significativamente el apoyo a Ronald Reagan (candidato republicano) frente al presidente en funciones, Jimmy Carter (candidato demócrata). Un análisis de Gallup y otras firmas encuestadoras mostró que, durante gran parte de la campaña, Carter y Reagan estuvieron en un empate técnico, e incluso algunas encuestas daban una ligera ventaja a Carter. Sin embargo, Reagan ganó con un margen abrumador de 10 puntos en el voto popular, sorprendiendo a los analistas y encuestadores, que no supieron captar el descontento del electorado y el colapso del apoyo a Carter en las semanas finales.

De manera similar, en 2016, la victoria de Donald Trump (candidato republicano) sobre Hillary Clinton (candidata demócrata) evidenció una desconexión significativa entre las proyecciones y los resultados reales. Según un informe del Pew Research Center, la mayoría de las encuestas preelectorales sobrestimaron el apoyo a Clinton, especialmente en estados clave como Wisconsin, Michigan y Pennsylvania, donde Trump ganó por márgenes estrechos que las encuestas no anticiparon. Un análisis del American Association for Public Opinion Research (AAPOR) concluyó que hubo un sesgo hacia los demócratas en la mayoría de las encuestas estatales, impulsado por la falta de ajuste en la ponderación de la educación, un factor crítico que sesgó los resultados al no captar con precisión al votante republicano sin título universitario.

Los errores de 2020 no solo rivalizaron con estos dos ciclos, sino que algunos expertos los consideran entre los peores en la historia moderna debido a la amplitud de las inconsistencias observadas. Un análisis de las encuestas publicadas durante la última semana de la campaña de 2020 revela un sesgo claro y preocupante. De las 14 encuestas revisadas, la gran mayoría sobrestimó el apoyo a Joe Biden, mientras que solo unas pocas reflejaron con precisión el verdadero nivel de apoyo a Donald Trump. Encuestas de alto perfil como The Economist/YouGov, NBC News/Wall Street Journal y USC Dornslife no solo mostraron un sesgo prodemócrata, sino que este fue estadísticamente significativo, cuestionando la objetividad de estos sondeos que, en teoría, deberían ofrecer una representación imparcial del electorado. Este fue uno de los errores más grandes en 40 años, comparado solo con los errores de 1980.

Los errores no fueron menores ni aislados. Mientras que en 2016 el sesgo estuvo concentrado en estados del Cinturón de Óxido, en 2020, la subestimación del apoyo republicano se extendió a nivel nacional. Las proyecciones sugirieron que Biden ganaría con un margen considerablemente mayor del que finalmente obtuvo, lo que no solo distorsionó la percepción pública, sino que también alimentó una narrativa mediática sesgada que afectó el curso de la campaña. La persistencia de este fenómeno plantea una cuestión fundamental: ¿por qué el sistema de encuestas continúa beneficiando a los candidatos demócratas?

El impacto de estas fallas va más allá de lo técnico. La percepción que generan estas encuestas influye en la movilización del electorado y, sobre todo, erosiona la confianza del público en las encuestas como herramientas de predicción electoral. La repetida subestimación del voto republicano no es solo un error estadístico, sino una falla sistémica que amenaza con distorsionar la democracia estadounidense al influir en cómo los votantes y los medios interpretan la contienda electoral.

A pesar de que los encuestadores han intentado innovar y ajustar sus metodologías — incorporando encuestas en línea, ponderaciones más complejas y otras técnicas mixtas — estas medidas no han resuelto el problema de fondo: el sesgo que tiende a sobreestimar el apoyo a los candidatos demócratas y subestimar a los republicanos. La evolución de los métodos, en lugar de corregir estos sesgos, ha añadido nuevas capas de complejidad que parecen reflejar aún más las preferencias de los votantes más accesibles y comprometidos con los encuestadores, quienes tienden a inclinarse hacia el Partido Demócrata. Esto no solo perpetúa la distorsión, sino que también crea una falsa sensación de seguridad en los resultados que, una y otra vez, no logran captar la verdadera composición del electorado.

Fuente: The Economist, 2023.

Sin embargo, es importante destacar que no todas las encuestadoras han fallado en captar con precisión las tendencias electorales recientes. Firmas como AtlasIntel, Trafalgar Group y Rasmussen han demostrado una notable efectividad en sus proyecciones durante las últimas dos elecciones presidenciales. Estas encuestadoras han estado mucho más cerca de los resultados reales y oficiales de la votación, incluso en escenarios donde la mayoría de sus competidoras erraron significativamente a favor de los demócratas. Trafalgar Group ha sido reconocido por captar de manera más precisa el apoyo a Donald Trump en estados clave tanto en 2016 como en 2020, al integrar metodologías que logran acceder a votantes que otras encuestas suelen pasar por alto. Rasmussen, por su parte, ha mantenido una consistencia en sus proyecciones al no sobreponderar grupos demográficos que tienden a favorecer a los demócratas, lo que ha contribuido a sus resultados más equilibrados y cercanos a la realidad.

Fuente: Nate Silver, 2020.

Estas encuestadoras más efectivas desafían la narrativa predominante y subrayan la importancia de que los consumidores de encuestas sean críticos y discernientes en la interpretación de los resultados. En lugar de confiar ciegamente en promedios de encuestas que pueden estar distorsionados por el sesgo sistémico, es crucial prestar atención a aquellas firmas que han demostrado ser menos proclives a tales desviaciones. En un entorno donde la precisión es fundamental para la credibilidad, AtlasIntel, Trafalgar Group y Rasmussen ofrecen ejemplos de cómo una metodología cuidadosa y un enfoque más objetivo pueden producir estimaciones más fiables. Esto resalta la necesidad de una mayor diversidad metodológica en la industria y una evaluación más rigurosa de la efectividad de las encuestas, especialmente en el contexto de una polarización creciente.

A medida que Estados Unidos se adentra a la parte final de la contienda presidencial, la pregunta que persiste es cuánta fe se debe depositar en las encuestas. Lo que se aconseja es instar a los consumidores de encuestas a ser cautelosos, a seguir los promedios de múltiples sondeos y a centrarse en las encuestas en estados decisivos en lugar de confiar ciegamente en proyecciones nacionales. Pero la solución va más allá de la prudencia del consumidor; requiere que la industria de las encuestas se replantee sus métodos y trabaje hacia una mayor transparencia y precisión.

La afectación de este sesgo sistémico en la construcción de la percepción pública plantea serias dudas sobre la objetividad del proceso electoral en un contexto cada vez más polarizado.

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