La cultura de la cancelacion. Una amenaza a la libertad

Erick Lobo
7 min readOct 11, 2024

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Wildpixel / Getty Images.

«Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo.»

Evelyn Beatrice Hall.

En 2017 inició un fenómeno inédito en el aún joven espacio de las redes sociales. Se trató de la rápida consolidación del movimiento feminista #MeToo, que arropó buena parte de los contenidos de los distintos medios de comunicación de masas. Este es un movimiento que busca denunciar y responsabilizar a los acosadores y violadores en Estados Unidos. Tiempo después llegó el Black Lives Matter, que en sus orígenes perseguía frenar el racismo sistémico y conseguir justicia ante la ola de violencia policial contra los afrodescendientes en la Unión Americana. En medio de estos reclamos y de estos dos principales movimientos, se popularizó la llamada cultura de la cancelación.

¿A qué llamamos cultura de la cancelación? Hasta ahora no hay univocidad en cuanto a la definición de este fenómeno. Lo podemos entender mínimamente como el esfuerzo colectivo de individuos y grupos, que mediante el uso de redes sociales y otros medios de comunicación, buscan provocar un boicot masivo en contra de figuras públicas y organizaciones (políticos, artistas, escritores, empresas, instituciones, etc.) que consideran problemáticas, ya sea por razones morales, ideológicas o políticas. Este fenómeno se amplifica a través de la viralización de la información y la presión de la opinión pública, que puede llevar a acciones institucionales como la cancelación de contratos, la censura de contenidos o la suspensión de colaboraciones. Esto comenzó como un mecanismo para que los grupos o comunidades marginadas afirmen sus valores contra las celebridades y sujetos con poder que han actuado inmoralmente. Sin embargo, este fenómeno legítimo de origen, ha desenvocado en una oleada de puritanismo progresista y ha traído consecuencias nocivas que ponen en peligro parte de las libertades más básicas.

De acuerdo al experto en derecho y libertades civiles Alan Dershowitz, a diferencia de las circunstancias históricas del macartismo y el estalinismo −que emplearon la energía y la autoridad del gobierno para silenciar−, la cultura de la cancelación emplea el poder de la opinión pública, fundamentalmente a través de las redes sociales, con amenazas de boicots económicos y otras formas de acción privada constitucionalmente protegidas. Este poder de la opinión pública se maneja de forma eficiente por la cobertura y velocidad de internet. La cultura de la cancelación es un producto ideológico que no admite ningún tipo de disidencia.

Una de las consecuencias más negativas de este fenómeno lo podemos observar con estos grupos proclives al linchamiento mediático que tienden a desprenderse del principio de presunción de inocencia a exagerar en sus acusaciones y de no usar a las instituciones para denunciar y suscribirse al debido proceso. Es decir, lo que se trata es que el acusado pase por un juicio público −sin reglas y con total libertad para difamar y destruir− desde la zona franca de las redes sociales. Este fenómeno ha sido descrito por algunos como un “macartismo de género”, donde las acusaciones y denuncias sobre temas de género pueden llevar a la exclusión social o profesional sin que medie un debido proceso, recordando los tiempos del macartismo clásico, pero ahora adaptado a las dinámicas de la opinión pública digital.

Si bien la cultura de la cancelación surgió en Estados Unidos, esta se ha venido exportando. En personas con mayor o menor fama o influencia, tal ideología ha llegado a tener efectos devastadores. Un ejemplo de ello lo observamos en 2019, cuando Armando Vega Gil, bajista de la banda de rock mexicana Botellita de Jerez, luego de recibir señalamientos de un presunto abuso sexual de una menor, fue acusado vía X (antes Twitter) por @metoomusicamx. Pese a que dicha acusación fue desmentida por el propio Vega Gil en una carta pública, no cesaron los ataques. Lo anterior significó para él la cancelación de sus contratos de servicios musicales por parte de múltiples empresas. Vega Gil, entonces terminó suicidándose.

Al conocerse públicamente la lamentable noticia, la cuenta de X con la que se difundieron los señalamientos y ataques en contra de él fue eliminada de la plataforma.

Otros casos no menos desafortunados los hemos visto a lo largo de los años con líderes empresariales de todos los sectores de la economía cuyas carreras profesionales fueron canceladas, siendo forzados a renunciar debido a los linchamientos mediáticos. Entre ellos están los casos del CEO de McDonald’s, el presidente de Amazon Studios, el director de Fox News, el director ejecutivo de Barnes & Noble, el CEO de CBS, etc.

Muchas empresas privadas han sido vulnerables a este tipo de circunstancias de presión en redes sociales. Al depender su prestigio y reconocimiento por parte del público consumidor, se han visto en la necesidad de tomar decisiones atendiendo a dicha ideología contando con evidencia, o sin ella, cayendo en la censura y el populismo punitivo. Incluso, en ese mundo empresarial-industrial, personalidades como la afamada escritora británica J.K. Rowling, autora del bestseller “Harry Potter”, tuvo que recurrir a los servicios de Writing in the Margins, una empresa dedicada a suprimir de las obras literarias, palabras o conceptos que puedan considerarse “potencialmente ofensivos”, para así evitarle a la compañía editorial las presiones de grupos partidarios de la ideología “woke”.

En otro orden de ideas, PEN America, una organización sin ánimo de lucro que defiende la libertad de expresión desde 1922, ha documentado más de 10,000 prohibiciones de libros en escuelas públicas de Estados Unidos desde julio de 2021 hasta el final del año escolar 2023–2024. Los títulos más afectados incluyen temas relacionados con la raza, la identidad de género y las experiencias LGBTQ+. Este incremento ha sido impulsado por presiones de grupos locales y directrices políticas, especialmente en estados como Texas y Florida .

Por su parte, la American Library Association (ALA) ha reportado un total de 414 intentos de censurar materiales bibliotecarios en los primeros ocho meses de 2024, afectando a más de 1,100 títulos únicos. Aunque este número muestra una ligera disminución en comparación con el pico registrado en 2023, la preocupación por la censura sigue siendo un tema central en muchas comunidades educativas .

Estos datos reflejan la persistente tensión entre los esfuerzos por restringir contenidos y los movimientos de resistencia que buscan proteger la libertad de lectura y el acceso a la diversidad de ideas en las bibliotecas escolares. A pesar del contexto adverso, la movilización de educadores, estudiantes y organizaciones sigue siendo un factor clave para enfrentar estas restricciones.

Así mismo, la cultura de la cancelación ha encontrado en muchas de las universidades un terreno fértil para sus propósitos. En muchos centros de educación superior ya se eliminan nombres y se sacan libros de los currículos académicos a la mínima sospecha de que su contenido pueda llegar a agraviar. Basta que se pronuncie un “me ofende” para terminar de un plumazo una conversación, por muy académica que esta sea.

El Legatum Institute, con sede en el Reino Unido, descubrió que el 50 % de los académicos en Estados Unidos sienten la necesidad de censurar sus propias creencias políticas mientras están en el campus.

Además, casi uno de cada cuatro profesores de ciencias sociales o humanidades, y casi uno de cada dos doctores en ciencias sociales o humanidades, así como estudiantes, han apoyado al menos una campaña para despedir a un académico con ideas disidentes.

Jonathan Haidt y Greg Lukianoff, autores del libro The coddling of the american mind: How good intentions and bad ideas are setting up a generation for failure, han dicho lo siguiente: “Es necesaria la diversidad de puntos de vista para el desarrollo del pensamiento crítico, mientras que la homogeneidad de los puntos de vista (sean de izquierda o de derecha) hace a una comunidad vulnerable al pensamiento tribal y la ortodoxia.”

En julio de 2020, más de 150 artistas, académicos y escritores publicaron una carta abierta en la revista estadounidense Harper’s, con respecto al fenómeno de la cancelación. Entre los firmantes se encontraron personas de la talla de Noam Chomsky y Margaret Atwood, quienes han dicho que la cultura de la cancelación pone en serio peligro la libertad de expresión, debilitando las normas del debate abierto y la tolerancia fundamentales para las sociedades democráticas. Es un ataque hacia el trabajo, la reputación y, en general, la vida personal de un individuo por parte de un determinado colectivo, debido a una supuesta actitud o comentarios inmorales, siendo un ataque directo contra los principios liberales de las sociedades modernas.

Estamos viendo que cada vez más los medios de comunicación tradicionales y digitales, organizaciones de la sociedad civil, universidades e incluso departamentos de recursos humanos de las empresas, están diciendo que debemos limitar drásticamente la libre expresión para no ofender a la gente.

De acuerdo al columnista Ross Douthat, una persona puede ser “cancelada” por una frase desafortunada dicha frente a un grupo de desconocidos, una broma de mal gusto o un tuit descalificador publicado muchos años atrás.

El filósofo británico Roger Scruton dijo: “Me parece que estamos entrando en un reino de oscuridad cultural, en el que el argumento racional y el respeto al oponente están desapareciendo del discurso público, y en el que, cada vez más, en cada tema que importa, sólo hay una opinión permitida y una licencia para perseguir a todos los herejes que no la suscriban. Esto significa, en mi opinión, la muerte de nuestra cultura política y el surgimiento de una especie de religión sin Dios en su lugar.”

En definitiva, la cultura de la cancelación polariza, enceguece y ensimisma a las personas, volviéndolas incapaces de escuchar y entender a un legítimo contradictor, rompiendo toda posibilidad de diálogo racional. En ausencia de una postura de defensa amplia basada en principios de libertad de expresión, las instituciones, están en el corto plazo incentivadas a implementar y hacer cumplir políticas en cualquier dirección por donde sople el viento social, capitulando así ante las voces que más resuenan, con o sin razón.

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